Cartas de mamá by Julio Cortázar

Cartas de mamá by Julio Cortázar

autor:Julio Cortázar
La lengua: spa
Format: epub
editor: Nórdica Libros
publicado: 2021-07-06T09:40:53+00:00


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Ayer por la tarde, el autobús de las seis atropelló a Miss Bobbit. No sé muy bien qué decir al respecto; a fin de cuentas, ella solo tenía diez años y sin embargo los de este pueblo no la olvidaremos. Y es que nunca hizo algo común y corriente, al menos no desde la primera vez que la vimos, y eso fue hace un año. Miss Bobbit y su madre llegaron justamente en el autobús de las seis, el que viene de Mobile. Era el cumpleaños de mi primo Billy Bob y casi todos los chicos del pueblo estaban en casa, desparramados en el porche, tomando helados de tutti-frutti y pastel de chocolate, cuando el autobús apareció bramando por la Curva del Muerto. Era el verano aquel en que no llovía nunca; una oxidada sequía lo envolvía todo; a veces, el polvo que se levantaba al pasar un coche se sostenía inmóvil en el aire durante una hora o más. La tía El decía que si no asfaltaban pronto el camino se mudaría a la costa, pero hacía mucho tiempo que decía eso. En fin, estábamos sentados en el porche, el tutti-frutti derritiéndose en nuestros platos, y de repente, justo cuando deseábamos que sucediera algo, algo sucedió. Miss Bobbit apareció entre el polvo rojo del camino: una niñita delgada, con un vestido de fiesta almidonado de color amarillo limón, que caminaba con un insolente aire de persona adulta, una mano en la cadera y la otra en el mango de una delicada sombrilla. Su madre la seguía al fondo, cargando dos maletas de cartón y un gramófono con manivela. Era una mujer enjuta y desaliñada, de ojos taciturnos y sonrisa ávida.

Nos quedamos tan pasmados que un enjambre de avispas empezó a zumbar sin que las niñas hicieran su habitual escándalo. Su atención estaba demasiado fija en la llegada de Miss Bobbit y su madre, que para entonces ya habían alcanzado el pórtico.

—Perdonen ustedes —gritó Miss Bobbit, con una voz a un tiempo sedosa e infantil, como un bonito lazo, una voz inmaculada, precisa, de actriz de cine o maestra de escuela—, ¿podríamos hablar con los adultos de la casa?

Evidentemente se refería a la tía El y, hasta cierto punto, a mí. De cualquier forma, Billy Bob y los demás chicos menores de catorce nos siguieron al pórtico. Por sus caras se diría que jamás habían visto a una chica. Seguramente no a una como Miss Bobbit. Como dijo la tía El, ¿dónde se había visto una niña que usara maquillaje? El pintalabios daba a su boca un brillo naranja, su pelo casi parecía una peluca de tantos rizos, el contorno de sus ojos había sido remarcado con esmero; todo lo cual no impedía que tuviera una frágil dignidad; era una dama y, más aún, te miraba a los ojos con masculina franqueza.

—Soy Miss Lily Jane Bobbit, de Memphis, Tennessee —dijo con solemnidad.

Los chicos se miraron las



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